Con el nombre de «Los Siete Ojos» se conoce uno de los acueductos más antiguos y curiosos de nuestro Archipiélago, cuya estructura sigue fielmente el patrón de los antiguos acueductos romanos.

La gestión y el uso del agua en Canarias ha creado toda una cultura en torno al preciado recurso, que hunde sus raíces en la sociedad aborigen de las Islas y que se desarrolla a partir de la presencia europea. Múltiples son los sistemas y estrategias de captación, almacenamiento y distribución tanto para riego como abastecimiento de población, que en gran medida han dependido de factores geográficos, climáticos, económicos y técnicos a lo largo del tiempo. El resultado es un rico patrimonio hidráulico que alcanzó su cénit a finales del S.XIX y mediados del XX.
Inicialmente los canales se construyeron entre finales del siglo XIX y principios del XX para el transporte del agua desde los nacientes a los centros de consumo. En ellos, el agua se desplaza por gravedad sin consumo energético; esto implica que el diseño de las pendientes debe ser lo más eficiente posible. Actualmente, el agua se transporta mediante acequias, tajeas, canales y tuberías, parte de las cuales constituyen un valioso patrimonio cultural, ni protegido ni usado como activo económico.
Los cauces de los distintos municipios atesoran a menudo un patrimonio hidráulico tan valioso como abandonado. Algunos de los más significativos vestigios de aquellas acequias levantadas sobre pilares de piedra, la mayoría del siglo XIX, fueron obras financiadas por particulares.
Estos acueductos, que durante décadas calmaron la sed de los campos y de las gentes, ayudaban al agua a salvar la difícil orografía de los paisajes canarios, salpicados de barrancos y valles, para así abastecer depósitos, fuentes y pilares de uso público. Pero hace muchos años que el único agua que les toca es la que cae de la lluvia o la que acaricia sus pilares cuando corre por los cauces.
Los acueductos ya no canalizan agua, pero sí canalizan historia. Y no precisamente una historia menor. Además de vestigios etnográficos de un valor científico incalculable, sus estructuras evocan un pasado marcado por el poder del agua y por la necesidad de controlarla y distribuirla.

Entre ellos destacamos el acueducto de “Los Siete Ojos”, en el Barranco de Tafuriaste (Puerto de la Cruz, Tenerife). El acueducto llega hasta Montaña de Las Arenas, cruzando el propio barranco Tafuriaste. En ese punto, el acueducto de piedra es más alto, para salvar las crecidas del propio barranco. Para llegar a él, tan solo hay que recorrer un sendero perfectamente señalizado, a cuyo término podremos disfrutar de una bella panorámica del Puerto de la Cruz y el Valle de La Orotava.


Un verdadero tesoro, escondido y olvidado por la mayoría de los habitantes de la zona, excepto por nosotros, los fisgones.