Una de las expresiones más vitalistas de la cultura tradicional aparece representada por los poetas populares, hombres y mujeres, con los que, a menudo, tenemos la fortuna de tropezarnos.

Se trata, en numerosas ocasiones, de personas prácticamente analfabetas, limitadas por las circunstancias, pero poseedoras de una creatividad impresionante. Su obra es un claro exponente de vivencias individuales y colectivas que deben ser recogidas como testigo y parte fundamental de la cultura canaria.

Un caso representativo lo constituye el entrañable personaje que hoy traemos a estas páginas, don Manuel Barreto Martín, popularmente conocido como Nene Barreto (Punta del Hidalgo, 1923).
El trabajo en el campo centró el tiempo de infancia y juventud de Manuel Barreto. La escuela por entonces, tal como marcaban las posibilidades de la época, duraba pocos años. Así lo confiesa él mismo cuando escribe:
«Estuve en la escuela dos semanas. La escuela estaba en La Hoya [barrio marinero de La Punta del Hidalgo], en una casa alquilada por el Ayuntamiento. Lo más que estaba antes un niño en la escuela era de los siete a los once años y después ya no se podía ir, sino a trabajar.»
Siendo aún un niño, le tocó vivir el padecimiento, popularmente generalizado, de los años posteriores a la Guerra Civil española (1936-39), según se desprende de uno de sus poemas:
«España, patria querida,
aquí me tienes llorando
y me vas aniquilando
y quitándome la vida.
Bajo del cielo celeste
y todo lo más profundo,
si ésta es la España moderna
yo me cago en todo el mundo.
Con esto de las raciones
hasta mi borla he perdido,
después que no tengo trigo
no aguanto los pantalones…»
Años después, como hicieron tantos canarios, siguió la estela que le condujo a Venezuela, república en la que estuvo en tres ocasiones (1958-1962, 1963-1964, 1965-1967), desempeñando varios oficios: pintor, matarife de pollos y en una fábrica de juguetes. Jubilado en la actualidad, comparte su tiempo entre la Punta del Hidalgo, La Laguna, donde se encuentra desde hace años su domicilio familiar, y Chijiniste, localidad cercana a La Punta, donde dulcifica su espíritu pasando ratos en la cueva que allí posee y atendiendo a las parras y otros cultivos.
Su capacidad memorística -claro exponente del sentir colectivo- es admirable, reteniendo («en su cabeza») una gran cantidad de coplas populares, pródigas en una comunidad tan orgullosa de su folklore como es la Punta del Hidalgo:
«Del mar te traigo la espuma,
del Teide la nieve fría,
de Punta Hidalgo te traigo
la copla de las folías»
«Es La Punta del Hidalgo
un rincón del arrecife,
sus playas son como lagos
orgullo de Tenerife»
«Cuando paso por tu casa
compro pan y voy comiendo,
para que no diga tu madre
que con verte me mantengo»
«Si en La Punta no hay reloj
no es por falta de punteros,
que allí se pasan las horas
y también los días enteros»
Toda su obra poética es la exposición de parte de su propia vida, la expresión del sentimiento o el deseo de narrar hechos que han sido trascendentes para su pueblo. Un claro ejemplo lo representa la titulada La plaga del cigarrón, una composición de carácter satírico burlesco que alude a las famosas plagas de insectos que han azotado las Islas desde antaño. La plaga del cigarrón fue tantas veces «la gota que colmaba el vaso»:
Fue un día quince de octubre,
con muchísimo calor,
llegaron a Tenerife
la plaga del cigarrón.
Entraron por Santa Cruz,
visitaron los teatros
y como no cabían todos
fueron a la Plaza Los Patos.
Y subieron por La Cuesta,
con mucha velocidad,
pa llegar a La Laguna
y visitar la ciudad.
Llegaron a La Laguna,
preguntaron qué hora son,
un viejo les contestó:
las dos por la Concepción.
Estando en La Laguna
se arrimaron a una acera,
cogieron una guagua
y se fueron a Las Canteras.
Estando en Las Canteras
se pusieron a contemplar
y vieron las avionetas
que iban a envenenar.
Como estaban en peligro
se echaron a volar
y se fueron a posar
en lo alto de Bajamar.
Llegaron a Bajamar
y visitaron las casetas
don Julián de alquiler
les cobraba dos pesetas.
Y pasaron pa La Punta
con mucho vuelo y terror,
y se fueron a posar
allá arriba en El Manchón.
Subieron con lanzallamas
y encendieron hogueras,
la mitad de los que iban
cogieron la borrachera.
Y los pobres cigarrones,
entre tanto humo
y ruido de cacharros,
se marcharon a la costa
a comer plataneras
en el campo de Los Canarios.
Los peones que los vieron
les tiraron unos foguetes
y se fueron a posar
al algodón de Montete.
Allá arriba en La Florida,
debajo de La Quebrada,
pusieron unas banderas
aquí no me dejan nada.
Donde pusieron banderas
ya no vuelven a poner
porque fueron y se llevaron
las naguas de mi mujer.
La que se llevó las naguas
ten(a en la imaginación
si me llega a coger a mí
es tremendo el vacilón.
Y los pobres cigarrones,
a tanto de hacer hazañas,
se fueron pa Las Montaflas
y visitaron a Cho Andrés
y una cueva que ten(a
la cogieron de alquiler.
Y pasaron por Chinamada
con el ruido de los pitos
y fueron a Las Carboneras
a merendar en la venta de Juanito.
Juanito muy apurado
porque tenía el pan al horno,
la mitad de que los iban
se marcharon pa Taborno.
Llegaron a Taborno
y se comieron las manzanas
y fueron a reposar
al pueblo de Taganana.
Y Cho Pepe el zapatero,
el que vive en Ponuga ,
al ver tantos cigarrones
él perdió de trabajar.
Y bajaron pa la playa
con mucho vuelo y terror,
preguntándole a la gente
por el dueño del motor,
pues los pobres cigarrones,
ellos quisieron navegar,
y por el medio del camino
se marcharon sin pagar».

Ante este hecho, no había más que una sola alternativa: ¡versificar y satirizar la propia mala suerte!
Autora: Carolina Real.

Es admirable que una persona, sin preparación y casi sin estudios, pueda llegar a demostrar tal genio al escribir. Un saludo.
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Eso demuestra que el talento está por encima de todo. Gracias por tu comentario. Un saludo.
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